Es una de esas frases que al principio parece simple, casi un cliché, pero si te paras un momento, si realmente te detienes… se abre como una grieta que deja ver todo lo que a veces no queremos mirar.
Cada segundo cuenta no porque tengas que estar todo el tiempo produciendo, logrando, corriendo… sino porque cada segundo es único. No vuelve. Es un latido. Es un niño riéndose, una taza de café caliente, una mirada que dice “te entiendo”. Es también el silencio, el vacío, el no saber qué hacer con tu vida. Incluso eso, también cuenta.
Es fácil perderse esperando el gran momento, el hito, el aplauso. Pero lo cierto es que la vida no se entrega en bloques perfectos. Se desliza, se escurre, segundo a segundo. A veces con fuerza. A veces sin que te des cuenta.
Y ahí está la magia. En entender que lo pequeño importa. Que el ahora no es ensayo. Que aunque no hagas nada “importante”, estás viviendo. Y eso, ya es mucho.
Así que no es un grito de productividad. Es más bien un susurro que dice: “oye, esto es tuyo… vívelo como quieras. Pero no lo ignores.”
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